Recientemente celebramos la clausura de la fase diocesana del Sínodo en el día de la Memoria del Inmaculado Corazón de María, el 25 de junio.
El Evangelio relata cómo María y José buscaban a Jesús, cuando tenía 12 años. Este es uno de los primeros ejemplos de personas que buscan a Jesús en las Escrituras. El Niño Jesús llevaba tres días desaparecido cuando finalmente lo encontraron en el Templo. En el Evangelio encontramos otras ocasiones en las que personas encuentran a Jesús. Más tarde, durante el ministerio de Jesús, los discípulos preguntarían " “¿Dónde se fue el Señor?” Esta pregunta los obligó a buscar y lo encontraron, al igual que María y José. Surge un modelo para ser un discípulo de Jesús. A veces, Jesús desaparecía con el fin de animar a sus discípulos a descubrirlo en nuevos lugares.
Incluso María tuvo que salir y encontrar a Jesús. Al encontrar a Jesús en el templo, María le pregunta: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?”. La respuesta de Jesús es muy importante. “¿Por qué me buscabas? ¿No sabías que debo estar en la casa de mi Padre?” Más que una crítica a María, Jesús le recuerda que su misión es del Padre. En el encuentro con Jesús, María aprendió algo. Si María, el ejemplo supremo del seguimiento de Jesús, pudo aprender algo, nosotros también. El Señor extiende su presencia y su enseñanza exactamente a través de su movimiento. Se mueve y tenemos que movernos con él. Constantemente preguntamos: “¿Dónde estás, Jesús?”
Su respuesta de hoy no es nueva. El Señor responde: “Estoy presente en mi pueblo, estoy presente en los olvidados, estoy presente en los que sufren. Estoy presente en los que no tienen voz. Si quieres encontrarme, ven y búscame en esos espacios”. Este es un llamado constante a los discípulos en aquel tiempo, como igual lo es para nosotros ahora. En este momento de la historia, esto es especialmente importante para nosotros. Nos ponemos cómodos y no nos movemos. Pero Jesús se mueve, y debemos levantarnos y movernos para encontrarlo. El mayor deseo de un discípulo es encontrar a Jesús.
Nuestra experiencia reciente de la fase diocesana del sínodo nos lo recordó. Nuestras sesiones de escucha invitaron a las personas a compartir sus experiencias y puntos de vista sobre Dios y la Iglesia. Para hacerlo, las parroquias y los ministerios tuvieron que salir y encontrar formas creativas de involucrar a la gente. Como dice el Papa Francisco, el camino sinodal no es sólo un momento, sino un camino de vida. Esta forma de vida es un estilo de buscar a Jesús en los lugares donde no estamos acostumbrados a encontrarlo.
De esta manera, buscamos a Jesús en su pueblo. Invitamos al Espíritu Santo a mover nuestros corazones para dar el primer paso, al igual que los discípulos en el aposento el día de Pentecostés (Hechos 2:1-13). El primer paso es el más difícil de dar, ya que a muchos les gusta sentarse cómodamente. Necesitamos reconocer que este momento de la historia nos recuerda que la Iglesia no puede quedarse sentada. Debemos salir a escuchar la voz del Señor con oído que discierna.
Si bien es posible que no tengamos mucho, ofrecemos todo lo que tenemos al Señor. Como dijo San Pedro: “No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy: en el nombre de Jesucristo” (Hechos 3:6). Hay un gran tesoro en invitar a otro a encontrarse con el Señor. Nuestra cultura actual tiene mucho que ver con el estar solo y hacerlo solo (Cada uno por su lado, no me importa), pero no es el estilo de Jesús. Jesús no trató a las personas de esa manera.
Hay un momento para salir. Un momento para escuchar. Sentir la pena y la alegría. Para aprender de nuevo cómo prestar atención genuinamente. Cuando Jesús se encontraba con alguien que necesitaba sanación, les preguntaba: “¿Qué quieres? ¿Qué quieres que haga por ti?" Jesús quería escuchar la voz humana. En nuestra cultura actual, con demasiada frecuencia, no queremos escuchar ninguna voz que no sea la nuestra. Jesús fue el primero en preguntar: "¿Qué puedo hacer por ti?" Este es el estilo de Jesús y de la Iglesia. Este es el modo sinodal de buscar a Jesús.
Jesús nos dijo dos veces dónde estaría: cuando nos dio el sacramento de la Sagrada Eucaristía (Mt 26, 26–28; Mc 14, 22–24; y Lc 22, 17–20), y cuando predicó sobre nuestro cuidado por los más vulnerable (Mt 25, 31-46). En la Sagrada Eucaristía, el Señor se manifiesta. Está presente en su Cuerpo y Sangre. En Mateo 25, Jesús también es claro en su enseñanza, diciendo: “Todo lo que hiciste por uno de estos hermanos míos más pequeños, lo hiciste por mí”, ¡a mí! Se identifica precisamente con los marginados, los enfermos, los olvidados y los pobres.
Entonces, si queremos encontrar al Señor, sabemos dónde está. Necesitamos el don del Espíritu Santo para movernos a tocarlo. Los bautizados están llamados a participar en esta acción misionera como parte de su discipulado. Cada persona tiene un alcance y acceso único a las personas que los rodean que nadie más tiene. Esa responsabilidad de dar una mano o de escuchar es un signo de identidad cristiana. Abrazamos este estilo de vida para encontrar y percibir a Cristo presente en el otro.
La lectura del Evangelio sobre el Niño Jesús perdido en el templo concluye con Lc 2,19. “Y María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”. Diosito hace cosas muy grandes a través del corazón de María.
María guardaba todas estas cosas en su corazón. Ella reflexionó en la manera de encontrar a Jesús en el nuevo lugar, esto nos enseña algo. Esto nos dice que como miembros del Cuerpo de Cristo, como hijos e hijas de María, debemos encontrar formas de guardar estas cosas en nuestro corazón. A través de la Adoración, momentos de silencio, servicio a los más necesitados. El Señor quiere enseñarnos, y debemos estar dispuestos a movernos y escuchar. Este camino y forma de vida es uno que se abre con cada paso. Mientras el Señor esté con nosotros, no necesitamos nada más. Búscalo y encuéntralo.